Radiografía de un viaje sociopolítico

La semana pasada, con pocos días para regresar a Chile, decidí aprovechar las vacaciones para hacer una visita a uno de los cuatro lugares que siempre quise pisar: San Agustín. Como usualmente hago, decidí hacer el paseo por tierra hasta llegar al pueblo. Por desgracia, la fecha escogida coincidió con una serie de problemáticas sociopolíticas en el país que convirtieron el viaje de ida en la que es probablemente la peor experiencia de mi vida, aunque con muchas perspectivas que vale la pena compartir aquí.

Sucede que el día del viaje fue el martes de Carnaval, justo por los días en que al ELN se le ocurrió la cínica y estúpida idea de llamar a un paro armado nacional para presionar al Gobierno a volver a la mesa de negociación tras la imbecilidad de los atentados contra la Policía en la Costa. Si bien es muy improbable que esta guerrilla trasnochada que en verdad se cree su estúpido discurso marxista de que luchan por el pueblo cuente con la suficiente capacidad para detener todo el país (no así para escaladas terroristas), el Ejército y la Policía decidieron prevenirse, e intentaron vigilar las carreteras del país. No muy competentes al hacerlo, como veremos más adelante.


Por supuesto, yo ya había programado el viaje desde la semana anterior, y por varias razones no podía cambiar la fecha. Por otro lado, dado que el dichoso paro armado terminaba a las seis de la tarde de ese martes, supuestamente ya no debían ocurrir incidentes. Así que de todos modos me embarqué. Probablemente ese fue el primer error.
La primera señal de lo mal que iban a estar las cosas vino del mismo chofer. Antes de partir, se dirigió a los pasajeros. Nos dijo que durante los días del paro, la carretera fue cerrada en Bosconia desde la noche hasta las cinco o seis de la mañana, y a pesar de que el paro ya había terminado, era muy probable que ocurriera lo mismo esa noche, así que aconsejó que si a alguien no le servía la demora y la incomodidad del viaje, era mejor que reclamara su dinero de vuelta en la terminal. Nadie lo hizo.

Tal como se advirtió, cuando el bus llegó como a las 10:21 a Bosconia, se detuvo dentro del pueblo porque la carretera ya había sido cerrada. La mayoría de los pasajeros bajó a comer, y al poco tiempo apagaron el bus para ahorrar combustible, por lo que ya no había aire acondicionado. El chofer le aconsejó a la gente que podían pasar la noche en algún hostal, y se les avisaría por celular cuando abrieran de nuevo la carretera, pero de todos modos la mayoría de los pasajeros nos quedamos en el bus. Probablemente fue lo mejor, puesto que en la mañana el bus dejó a una pareja que había decidido precisamente pasar la noche por fuera.

Como yo no suelo dormir en los viajes por tierra, debido a la incomodidad de la mayoría de los buses en Colombia, salí afuera un rato a conversar con algunos pasajeros que debatían con el chofer la presente situación. Entre ellos, un muchacho que se declaraba uribista, y un señor de Ciénaga, Torres, que viajaba con su señora huilense a Garzón, y que también era bastante parcial hacia Uribe y su trabajo en la Presidencia.

Si algo quedó claro durante la conversación es que actos terroristas como los del ELN son un argumento excelente para la ultraderecha y su regreso al poder. Muchos de los comentarios que saltaban eran del estilo “esto con Uribe no pasaba”, “si fuera Uribe, ya los habría bombardeado”, y cosas así. El señor Torres incluso dijo que admiraba a Uribe a pesar de todo, dado que nunca han podido demostrarle nada, y que hizo mucho en la lucha contra la guerrilla, y que en comparación nunca daría su voto por Petro, dado que en casi treinta años de política “nunca ha hecho nada”. Eso sí, admitió que Carlos Caicedo habría sido una muy buena opción para la Presidencia si se hubiera hecho más conocido en el resto del país.

(Entre paréntesis: no alcanzo a votar en primera vuelta, pero ciertamente no lo haría por Petro. Los que me han leído ya sabrán mis razones, pero en resumen, para mí es como ver a Uribe del otro lado del espectro: misma actitud, discurso muy similar. Además, nunca ha sido muy constante en sus opiniones y sus acciones “democráticas”. Cierro paréntesis).


Es terrorífico y triste que los que conversaban esa noche sabían bien que el señor Uribe está detrás de muchísimas acciones paramilitares, y aun así lo consideren el mejor presidente de las últimas décadas en Colombia. Todo esto me hizo darme cuenta que hay muchas razones por las que personas humildes o que al menos ganan lo suficiente para vivir decentemente prefieran votar por el dizque Centro Democrático aparte del mentado cuento del castrochavismo, o las burlas de que tienen miedo de que Petro les expropie sus inexistentes fincas. Es el miedo. Es la inseguridad que aún no desaparece. Es la guerra que continúa, la ignorancia de los líderes que proclamaban el acuerdo de paz con las FARC era “el fin de la guerra”, olvidando que existían otras guerrillas, que los paramilitares nunca desaparecieron, y que hay miles de delincuentes en las calles a los que el sistema deja en libertad como si la cárcel tuviera puertas giratorias.

Lo más triste es que esa mentada Seguridad Democrática nunca fue tan segura. Viajar se podía, pero la seguridad en las ciudades siempre fue mala, aún ocurrieron ataques, atentados y masacres a pueblos durante la era Uribe, y ni hablemos de la corrupción, de la persecución y espionaje de opositores al uribismo, y la mezquindad de los falsos positivos. Por desgracia, la amnesia selectiva del colombiano es impresionante y atroz.

Como sea, el bus finalmente arrancó a las cinco y media de la mañana, hizo una corta parada un par de horas después para el desayuno, y siguió avanzado. Hacia las nueve y media de la mañana, nos topamos con el otro problema en la vía: el puente Amarillo, que comunica Pelaya con Aguachica, que fue objeto de un atentado durante el paro armado, y que al parecer no será completamente habilitado sino hasta dentro de tres meses. Fue una tortura estar avanzando unos pocos metros cada media hora –en promedio-. A las cuatro de la tarde, siendo una persona de mente bastante particular, ya estaba literalmente al borde de una crisis nerviosa, en medio del fastidio de la noche anterior, la falta de sueño, la mala comida, los niños llorando dentro del bus, y el hecho de que a 21 horas de haber arrancado desde Santa Marta ni siquiera habíamos salido de Cesar. Por suerte, media hora después por fin llegamos al dichoso puente. Casi todos los pasajeros se levantaron de inmediato a tomar fotos para identificar la razón de sus incomodidades.

El estado del puente Amarillo el pasado 14 de febrero.

Llegamos a Honda casi a la medianoche, y tomé un bus directo a San Agustín junto con el señor Torres y su esposa (la verdad es que fueron personas sumamente amables), dado que el mismo bus pasaba por Garzón. De ahí, no hubo inconvenientes serios durante el recorrido, y después de 42 horas de viaje, finalmente pude llegar a San Agustín el jueves al mediodía, sin más que unas dos o tres horas de sueño cuando mucho (las sillas del bus a San Agustín eran muchísimo más cómodas, casi de estilo cama como en Chile; eso ayuda).

Una cosa muy curiosa que pude comprobar durante ese último tramo del viaje es la ridiculez extrema de los candidatos al dizque Centro Democrático en el Congreso, al menos en Huila. Todos incluían una foto junto a Uribe, o al menos una silueta de su rostro, y daban mensajes de “X persona es Uribe en la Cámara”, o cosas por el estilo. La zalamería llega al punto de que al menos dos candidatos ni siquiera ponen su nombre en las pancartas, seguros al parecer de que sólo con Uribe al lado les basta para llegar al poder (o asustados porque ahora van por lista abierta). Es lo más patético que he visto en campaña política alguna, al punto que casi iba muerto de risa.

A pesar de todos los percances, la experiencia en San Agustín fue de las mejores en mi vida, pues no sólo recorrí el parque, sino también otros puntos con estatuas de la misma cultura, e incluso el estrecho del Magdalena. El impacto de ver cómo un río tan extenso cerca de mi hogar era casi un arroyo en la zona es algo increíble. Lamento, por supuesto, no haber podido tener más tiempo en el pueblo, pues al menos necesitas cinco días para recorrer todas las maravillas que hay alrededor de San Agustín.

El estrecho del Magdalena. Sí, es una Virgen de Fátima en la peña. La encuentro una parte poética del paisaje.

Después de eso, poco tengo por añadir. Tomé un bus el viernes en la noche hasta Bogotá, ya que tenía un vuelo en la mañana a Santa Marta. Y aunque tuvimos un retraso de sólo cuatro horas (con un refrigerio de compensación en McDonald’s por las molestias), lo cual es desesperante cuando ya estuviste casi dos días en flota, fue un momento agradable. Conversé mucho con un hombre que viajaba desde Bucaramanga para una cuestión de trabajo (con el atentado del ELN, llegar a Santa Marta desde Santander, y viceversa, tarda casi 24 horas), y un señor argentino ya mayor que va periódicamente a Santa Marta a pasar unos meses con su señora bogotana, y que si no se ha mudado del todo a la Costa es porque ella ama su ciudad. Me contaba el señor que, después de Nueva York, Santa Marta es la ciudad más bella en la que ha estado.

Y así terminaron las peripecias de la semana pasada. Me molesta mucho que por el percance del paro y el puente perdiera tanto tiempo para llegar a donde quería, y no pude conocer todo, pero aun así me quedo con una experiencia excelente que espero repetir pronto y de forma más completa. Además, también te da una visión un poco más balanceada de cómo razonan algunas personas de forma política, y te ayuda a salir un poco de esas caricaturas molestas de “paraco” o “guerrillero” con las que últimamente se adornan entre derecha e izquierda.

P.D. Muchas gracias a Diego Vargas por su guía y compañía durante la visita a San Agustín, y al señor Luis por su excelente manejo de camioneta y guía en la salida al estrecho y otros puntos importantes de la zona.

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